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La neurobiología del apego: como los vínculos que creamos repercuten en nuestra configuración cerebral

Las interacciones tempranas con nuestras figuras de apego pueden producir que ciertas áreas cerebrales encargadas de la activación fisiológica se activen más que otras, y por tanto, que seamos más o menos capaces de mantenernos regulados mientras interactuamos con nuestro entorno.

En un artículo anterior (Nos miramos como nos han mirado: la importancia del apego») hablábamos de la importancia del establecimiento de vínculos de apego seguro en la primera infancia. Cuando los padres o cuidadores principales se comportan durante la mayoría del tiempo como una base segura sólida para sus hijos, estos interiorizan su capacidad de regulación, pudiendo aplicarla consigo mismos según van creciendo y desarrollándose. En el presente artículo hablaremos de cómo afectan el apego y las relaciones tempranas a la configuración de nuestro sistema nervioso.

Como el apego nos ayuda a regular nuestro cerebro

Cuando se producen interacciones saludables, frecuentes y consistentes entre un padre y/o una madre y un hijo o hija, se produce una estimulación cerebral generalizada, que permite el desarrollo de ciertas áreas que son cruciales para que la persona consiga regularse. Una de estas estructuras fundamentales es la corteza prefrontal orbital, o  corteza orbitoprefrontal. Esta parte del cerebro se encarga de la regulación de la activación y del mantenimiento de la homeostasis fisiológica.

Corteza orbitoprefrontal u orbital. Psicólogos en Arganzuela, Madrid

El adecuado desarrollo y activación del córtex prefrontal orbital permite que la persona se mantenga en una zona óptima de funcionamiento y regulación fisiológica.

En este artículo sobre la ventana de tolerancia (El cortocircuito emocional: cuando sobrepasamos el margen de tolerancia»), hablábamos de que las personas que tiene una buena capacidad de regulación, pueden mantenerse  dentro de una zona óptima de funcionamiento, sin desbordarse a pesar de que tengan lugar situaciones potencialmente desestabilizadoras.  Esto se debe a un sofisticado subsistema dentro del sistema nervioso autónomo, y es el complejo vagal central, dentro del que se encuentra la rama parasimpática ventral del nervio vago. Este sistema se activa con más frecuencia cuando estamos en un estado óptimo de activación  fisiológica. Es decir, cuando la rama parasimpática ventral del nervio vago se activa, mantenemos un nivel de activación suficiente y adecuada para permitirnos estar en conexión con el entorno y con nosotros mismos.

El sistema de conexión social, cuya base se encuentra en esta rama del sistema nervioso autónomo, permite que la persona interactúe con su entorno y adquiera el conocimiento suficiente para poder manejarse en el mismo. Este sistema permite que incluso en situaciones de estrés, la persona se mantenga conectada consigo misma y ofrezca una respuesta adecuada y funcional.

El complejo del nervio vago tiene una importancia vital en el funcionamiento adaptativo del cuerpo y la capacidad para responder al entorno.

Nervio vago. Psicólogos en Arganzuela, Madrid

Por supuesto, para favorecer el desarrollo del sistema de conexión social, tiene un papel fundamental el estilo de crianza. Los padres que favorecen el desarrollo de un estilo de apego seguro, contribuyen a que el nivel de activación fisiológica de sus hijos se mantenga en niveles adecuados para interactuar con su mundo, y que ellos aprendan progresivamente a mantener dichos niveles.

¿Qué sucede en nuestro cerebro cuando se producen interrupciones en el apego?

Como decíamos antes, el sistema de conexión social mediatizado por la rama ventral del nervio vago, es el encargado de regular la activación en condiciones de óptimo funcionamiento. Esto sucede cuando el niño adquiere de sus padres la capacidad de regularse mientras interactúa con su mundo. Pero desgraciadamente esto no siempre es posible. En ocasiones se producen fallos en el cuidado del infante, y los padres no actúan de la manera más adecuada.  En ocasiones se sienten desbordados por la nueva situación a la que se enfrentan lo se ven incapaces de manejarla. A veces se muestran ambivalentes en el trato al pequeño, o bien pueden mostrarse agresivos, invalidantes o ausentes. También pueden comportarse como padres excesivamente sobreprotectores que no permitan a su hijo explorar el mundo y descubrir sus capacidades y por ende, desarrollar una buena autoestima.

Este tipo de interacciones, en las que por diversos motivos se da una falta de receptividad del cuidador al niño, afectan de forma notable a su sistema nervioso. El cerebro de un niño en desarrollo se ve constantemente estimulado por este tipo de interacciones, y de ellas depende que la corteza orbital prefrontal pueda hacer su trabajo correctamente. Cuando esto no sucede, a nivel de sistema nervioso pueden pasan principalmente dos cosas. O bien hay una sobreactivación de la rama simpática (en casos de apego ansioso-ambivalente) o bien de la parasimpática vagal dorsal (en casos de apego evitativo-distanciante).

Sistema nervioso autónomo. Psicólogos en Arganzuela, Madrid

El complejo del nervio vago tiene una importancia vital en el funcionamiento adaptativo del cuerpo y la capacidad para responder al entorno.

En el primer caso, las personas con apego ansioso-ambivalente, debido a la sobreexcitación de la rama simpática de su sistema nervioso autónomo, experimentan una gran dificultad para mantener sus niveles de activación fisiológica en unos límites tolerables. Es decir, son especialmente propensos a hiperactivarse, incluso en momentos en los que no hay una situación que lo justifique. Esto se debe a que sus cuidadores principales mostraban conductas inestables e inconsistentes, que no permiten que el niño desarrolle confianza y seguridad. De esta forma, la sobreactivación del sistema nervioso simpático genera en la persona con apego ansioso-ambivalente un estado permanente de alarma o excesiva alerta.

En el segundo caso, las personas con un estilo de apego evitativo-distanciante, al tener aumentado el tono vagal dorsal, tienden a estar ‘sobrerregulados’. Esto quiere decir que estas personas muestran un nivel de actividad inferior, así como una menor expresividad emocional. Estas personas en su infancia, ante la falta de receptividad y/o ausencia de sus cuidadores principales, aprenden a regularse por sí mismos, aislándose de sus emociones para evitar sentirse desbordados por ellas.  Es decir, las personas con un apego evitativo-distanciante son más tendentes a hipoactivarse, es decir, a mostrar una reacción emocional de menor intensidad a la que cabría esperar ante determinadas circunstancias.

Pero ¿y qué pasa con las personas con un estilo de apego desorganizado? Como ya mencionamos en el artículo sobre los estilos de apego (Nos miramos como nos han mirado: la importancia del apego»), este estilo de apego es el que tiene asociada una sintomatología más grave. Esto también tiene sentido si observamos lo que sucede a nivel de sistema nervioso, y es que en estas personas se producen reacciones simultáneas de hiper e hipoactivación. En un primer momento, la rama simpática de estas personas puede verse activada ante una situación de alarma real o imaginada (y con ello, se produce la hiperactivación), pero ante la imposibilidad de regulación, se produce un rápido viraje hacia la hipoactivación (mediatizada por la rama vagal dorsal).

¿Puede revertirse la configuración nerviosa previa?

Al igual que las interacciones tempranas con las figuras primarias de apego pueden provocar que se produzca una mayor estimulación de ciertas áreas cerebrales, en etapas posteriores el cerebro no se queda estático, sino que mantiene su plasticidad. Por ello, mediante el trabajo terapéutico es posible revertir los efectos sobre el sistema nervioso de un estilo de crianza disfuncional.

En terapia psicológica, mediante las interacciones saludables con el terapeuta y aprendiendo nuevos patrones de funcionamiento, se estimulan las áreas del cerebro responsables de la adecuada regulación fisiológica, que con esfuerzo, constancia y repetición, tenderán a adquirir los patrones automáticos de activación que en su momento tuvieron otras áreas cerebrales.

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