Los problemas de ansiedad merman la calidad de vida de miles de personas en todo el mundo. Se considera que aproximadamente el 5% de la población ha experimentado al menos un ataque de ansiedad a lo largo de su vida aunque, probablemente, esta cifra sea mucho más alta, debido al enorme desconocimiento que existe aún sobre el tema. Además de los ataques de ansiedad, un porcentaje mucho mayor de personas experimentan síntomas de ansiedad de menor intensidad pero mantenidos en el tiempo.
La ansiedad se manifiesta en tres niveles de procesamiento: cognitivo, emocional y fisiológico. La persona no tiene por qué ser consciente del tipo de síntomas que está experimentando en cada momento, ya que muchas veces se entremezclan formando un nubarrón de malestar que no permite observarse con claridad. Sin embargo, en casi todas las personas que experimentan ansiedad se manifiestan síntomas a estos tres niveles.
A veces, la ansiedad puede comenzar con una sensación física, una reacción fisiológica como palpitaciones, cosquilleo en manos y/o pies, entumecimiento muscular, dolor de cabeza... Dichas sensaciones pueden interpretarse erróneamente como síntomas de un problema más grave (el inicio de un infarto, un desmayo, o incluso la muerte), y desencadenar un torrente de pensamientos negativos que finalmente, pueden culminar en un ataque de ansiedad.
En otras ocasiones, los síntomas predominantes son emocionales. Cuando aparece una emoción que la persona, por diversos factores (aprendizaje directo o vicario, transmisión de información, patrones familiares...), ha considerado que es peligrosa, dañina o intolerable, la persona puede tratar, consciente o inconscientemente, de generar una reacción compensatoria que anule o transforme dicha emoción. Dado que las emociones son genuinas e inevitables, esta lucha contra ellas solo puede desencadenar en ansiedad.
La ansiedad tiene una etiología multicausal, lo que quiere decir que no hay una única causa que genere la aparición de este tipo de sintomatología. En la mayoría de los casos, suele darse una combinación de factores, entre los que se incluyen: predisposición biológica, factores temperamentales, transmisión hereditaria, dificultades en el desarrollo, estilo de apego inseguro, periodos prolongados y/o intensos de estrés, cambios bruscos de vida (cambio de trabajo, mudanzas, rupturas de relaciones, duelos...), problemas hormonales...
Es por ello que, en terapia, realizamos una evaluación exhaustiva de los factores que han contribuido a la germinación de un problema de ansiedad que merma la calidad de vida de la persona. La intervención será infinitamente más efectiva cuanto más precisa sea la evaluación de los factores desencadenantes del problema.
La terapia contribuye de forma notable en que la persona aprenda a manejar sus síntomas de ansiedad de la mejor manera posible.
Los síntomas de la ansiedad no son peligrosos, como muchas personas que los experimentan consideran, solo son desagradables y muy molestos. Pero el hecho de tratar desesperadamente que desaparezcan solo los agrava más.
Por ello, aunque pueda resultar algo contradictorio, el primer paso para aprender a manejar la ansiedad es aceptarla, asumir que la estamos experimentando porque todavía estamos en proceso de adquirir herramientas para manejarla de otra manera. Cuando asumimos que experimentamos ansiedad, y que esta no es en sí misma peligrosa, sino que lo que genera el verdadero daño es la interpretación negativa que hacemos de ella, la necesidad de luchar contra ella se reduce, y nos permitimos que simplemente esté ahí. Y es a partir de ese momento cuando, paradójicamente, las reacciones de ansiedad comienzan a perder intensidad, hasta hacerlas manejables.
En terapia psicológica se aprenden herramientas y técnicas que permiten a la persona hacerse con el manejo de sus síntomas, y que sea ella quien domine su ansiedad, y no su ansiedad quien la domine a ella.