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Psicoterapia sensoriomotriz (I). El cuerpo también tiene algo que decir

Nuestro cuerpo nos aporta información muy valiosa sobre la forma en la que procesamos nuestras experiencias vitales, pero gran parte de la misma pasa desapercibida. A menudo nos focalizamos en el componente cognitivo, dejando de lado la información procedente del cuerpo y los sentidos.

A día de hoy prácticamente todo el mundo puede hacerse una idea de lo que consiste un proceso de terapia psicológica. La mayoría de personas que no han hecho terapia y que solo han oído hablar de ella, se imaginan que la terapia consiste en hablar de lo que a uno le aflige, compartir experiencias presentes y pasadas y abordar el impacto emocional (que suele identificarse como el síntoma) que estas han generado.

Sin embargo, hay un factor que es tan relevante como los pensamientos y las emociones, que muchas veces puede pasar desapercibido. Este factor tiene que ver con el componente no verbal de la experiencia psicológica, es decir, las funciones sensoriomotrices de nuestro cuerpo. Experimentamos sensaciones en nuestro cuerpo que nuestra mente (generalmente nuestro pensamiento lógico) no es capaz de traducir. El hecho de que no lleguemos a darle un sentido lógico a estas sensaciones, no significa que esta información procedente de los sentidos no sea relevante. De hecho, puede que incluso pudiera estar dándonos una información más profunda, más exhaustiva de lo que podemos imaginar.

La integración de las funciones cognitivas, emocionales y sensoriales constituye el marco de referencia para lograr que una persona alcance el bienestar psicológico.

¿Cómo traduce nuestro cuerpo y nuestra mente lo que vivimos?

La mente humana es tremendamente poderosa. Los seres humanos somos capaces de conseguir logros asombrosos haciendo uso de nuestra capacidad intelectual. Sin embargo, cuando hablamos de síntomas psicológicos, parece que la mente no está especialmente capacitada para gestionar, regular o suprimir ciertas emociones, pensamientos, tendencias o impulsos que nos desagradan. Por mucho que comprendamos nuestra historia y lo que nos sucede, nuestro cuerpo parece que actúa ‘por cuenta propia’, ajeno a cualquier tipo de raciocinio.

Esto tiene que ver con nuestra compleja configuración cerebral, lo que MacLean en 1985 denominó ‘cerebro triuno’. El cerebro es una estructura muy organizada y jerarquizada en varios niveles. Estos diferentes niveles, cada cual más complejo que el anterior, se encargan de organizar nuestra experiencia:

  • Cerebro reptiliano: fue el primer nivel en desarrollarse, y se denomina así puesto que está presente desde los primeros animales que empezaron a poblar la tierra. Se encarga de regular la homeostasis del organismo, la reproducción, la fisiología… Es este nivel el encargado de procesar las sensaciones asociadas a nuestras vivencias internas y externas.
  • Cerebro límbico o paleomamífero: este nivel se desarrolló alrededor del cerebro reptiliano, tiene que ver con las emociones, la sociabilidad, el aprendizaje
  • Corteza cerebral o neocórtex: es la parte de nuestro cerebro que se desarrolló más tarde, la más evolucionada. Es la que permite que los seres humanos tengamos capacidad de racionalizar, de pensar de forma lógica y coherente (al menos en la mayoría de ocasiones).

Cada uno de estos tres niveles tiene su propia forma de entender el mundo y de procesar la información que les llega del entorno. Todos estos sistemas están interrelacionados y se vinculan entre sí. No se activan de forma jerárquica, lineal y unidireccional, sino que en ocasiones el procesamiento puede realizarse de arriba abajo (lo que llamamos procesamiento ‘top-down’ o procesamiento descendente), o de abajo arriba (procesamiento ‘bottom-up’ o ascendente). El primero es el que tendemos a utilizar con mayor frecuencia las personas adultas. La corteza actúa como un centro de mandos que operativiza las vivencias que tenemos, les da un sentido y aporta coherencia a las emociones acompañantes.

Desgraciadamente, no todo lo que vivimos puede ser traducido a través de las funciones cognitivas. Las personas que sufren traumas en las distintas etapas de su vida pueden experimentar los síntomas emocionales y las reacciones sensoriales asociadas a los mismos con tal intensidad, que la corteza se vuelve incapaz de regular la actividad de los sistemas inferiores.

Como decíamos antes, el procesamiento cognitivo se relaciona estrechamente con el procesamiento emocional y sensoriomotriz. Las sensaciones que se activan asociadas a las vivencias traumáticas, influyen poderosamente en la manera en la que procesamos la información a nivel cognitivo y emocional. De hecho, en casos de traumatización grave, se puede producir lo que Goleman denominó ‘secuestro ascendente’, es decir, cuando las emociones y las sensaciones se hacen dueñas de mundo interno de la persona.

¿Por qué tienen lugar los bloqueos emocionales y físicos?

Cuando nos enfrentamos a vivencias que son emocionalmente intensas, que rompen nuestros esquemas y que además nos enfrentan a un peligro inminente, como lo que sucede cuando hay un trauma psicológico, los animales (y los seres humanos incluidos) desarrollamos una respuesta relativamente rápida que nos proteja del peligro. Estas respuestas pueden ser de muy diversos tipos en función del tipo de peligro al que la persona tiene que enfrentarse, y también de la capacidad de afrontamiento y estilo de personalidad de la propia persona. Algunas personas pueden reaccionar huyendo, otras confrontando, paralizándose, escondiéndose...

El cuerpo también tiene algo que decir. Psicólogos en Arganzuela, Madrid

Los eventos traumáticos que una persona puede vivir, especialmente cuando son inesperados, intensos o repetidos en el tiempo, pueden desencadenar un patrón de respuesta rígido que se mantiene en el tiempo, a pesar de ser desadaptativo (como la paralización de la niña de la imagen ante una situación de grave peligro).

Estos patrones primarios que se desarrollan en respuesta a un peligro (o a una serie de peligros repetidos en el tiempo, como el que se produce en el llamado ‘trauma complejo’), tienden a convertirse en pautas fijas de acción que se repiten cuando dicha amenaza, o una amenaza similar (o interpretada como tal por la persona) hace su aparición. Fueron patrones que en su momento le sirvieron a la persona para protegerse del peligro y sobrevivir, y que ahora se han convertido en una dinámica de respuesta habitual y generalizada. Estas pautas de acción no necesitan del procesamiento consiente y lógico para tener lugar, sino que parece que operan de forma inconsciente en la mayoría de los casos.

Estas pautas de acción son tan potentes e inflexibles, que incluso se mantienen cuando claramente hay otras acciones que podrían resultar más adaptativas. Jorge Bucay describe este fenómeno de forma muy clara en uno de sus (en nuestra opinión) mejores cuentos, ‘El elefante encadenado’. Este cuento habla de cómo un elefante amaestrado que ha estado atado a una estaca toda su vida, desde bien pequeñito, no lucha por escapar a pesar de tener capacidad de arrancar dicha estaca del suelo como si fuera una brizna de hierba. El elefante de Bucay responde con la paralización y el bloqueo en una situación en la que lo esperable (y adaptativo) sería arrancar la estaca y escapar, porque siendo pequeño aprendió que por mucho que intentase liberarse, no podría soltarse.

¿Cómo es posible lograr la resolución de los síntomas y romper estas pautas de acción?

Esta es una pregunta compleja, pero quizá la palabra que mejor sintetiza la respuesta es la integración. El procesamiento descendente por sí solo no es suficiente para modular y regular los síntomas emocionales y físicos que tienen lugar tras la vivencia de un trauma (o de diversos traumas), pero tampoco es adecuado que la persona se focalice únicamente en sus vivencias a nivel somatosensorial, ya que esto podría provocar una retraumatización y que la persona quede atrapada en un bucle de reexperimentación que no le permita recolocar sus vivencias y seguir adelante.

Es necesario trabajar en ambas direcciones e incluir todos los niveles de procesamiento (cognitivo, emocional y somatosensorial) para que finalmente alcancemos la integración. En nuestros procesos de terapia psicológica con una perspectiva integradora, tenemos en cuenta todas estas maneras de traducir la información que tenemos los seres humanos. Ayudamos a las personas a que se conviertan en sus propios espectadores para lograr integrar todas la señales que su cuerpo y mente les envía, y así resolver los bloqueos y síntomas que les dificultan el alcance de una buena calidad de vida.

En posteriores artículos profundizaremos más sobre la psicoterapia sensoriomotriz, y cómo la incorporamos en nuestros procesos de terapia psicológica.

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