En anteriores artículos ya hemos hablado bastante del trauma psíquico. El trauma psíquico es el impacto emocional que supone para una persona el experimentar, presenciar o ser consciente de un evento altamente perturbador, que puede ser único (como en el caso del trastorno por estrés postraumático) o reiterado durante un tiempo prolongado (como en casos de trauma complejo como lo que sucede en el trastorno límite de la personalidad). Cuando esto se produce, la capacidad de regulación emocional de la persona afectada se reduce drásticamente.

Cuando se produce un evento traumático, y especialmente cuando este es repetido en el tiempo, la persona se ve forzada a utilizar su procesamiento ascendente, ya que como decíamos antes, las emociones son más rápidas que el procesamiento racional. Las emociones nos preparan para actuar, nos permiten poner en marcha estrategias de autodefensa cuando nos encontramos en situaciones de peligro. Si un animal no sintiese miedo ante la presencia de un potencial depredador, no activaría sus estrategias de supervivencia como puede ser la huida o la ‘muerte fingida’.

Por ello, el trauma genera una hiperactivación del sistema límbico, y muchas veces, la corteza no puede traducir tanta información emocional. La persona puede quedar en un estado de alerta permanente, que no baja de intensidad ni siquiera cuando el estímulo generador de la respuesta emocional primaria ya no está presente. Se mantiene en un estado constante de desregulación emocional en el cual la razón queda ‘secuestrada’ por la emoción.

Esto es lo que sucede en muchos casos en los que ha habido maltrato, abuso o negligencia infantil. La persona vive durante tanto tiempo en una situación de amenaza constante, que no consigue desactivar sus sistemas emocionales de defensa, incluso siendo ya adulto.

Frecuentemente, el punto de partida en terapia psicológica es la cognición. Trabajamos la historia de vida de cada paciente, para poco a poco ir integrándola en una narrativa coherente e integrada. Pero hacer únicamente esto no es suficiente, ya que como hemos dicho, las emociones juegan un papel fundamental cuando se producen problemas psicológicos, especialmente en casos de trauma.

Muchas veces los pacientes que llegan a consulta no identifican lo que les sucede en un plano emocional. Son conscientes (a veces) de lo que les sucede y les ha sucedido a nivel episódico, son capaces de narrar las situaciones que les activan, especialmente cuando se trata de situaciones relacionadas con el presente o el pasado reciente. Pero habitualmente no se dan cuenta del impacto que estas situaciones presentes (y las del pasado con las que están inconscientemente relacionadas) tienen sobre su mundo emocional. Quien más y quien menos puede identificar sensaciones de malestar difuso, o ponerle un nombre algo más elaborado a lo que siente. Normalmente, a mayor gravedad del trauma, mayor dificultad para poder conectar con el propio mundo interno y las emociones acompañantes. Es decir, que el manejo y regulación de las emociones se vuelven tareas tremendamente complicadas

En cualquier caso, la terapia debe servir como un medio de comunicación ascendente y descendente. Despertar la curiosidad en el paciente para que escuche todos los elementos que constituyen su experiencia es fundamental para que pueda alcanzar un procesamiento integrado y así reducir y eliminar los síntomas que le han traído a terapia.

A lo largo de las conversaciones terapéuticas, la terapeuta trata de que el o la paciente dirija su atención hacia elementos de su experiencia que están ocurriendo más allá de los aspectos puramente dialécticos. La pregunta ‘¿qué está pasando por dentro cuando hablamos de esto?’ nos da tanto a pacientes como a terapeutas mucha información de lo que está sucediendo en el mundo interno del paciente. Esto es fundamental ya que ahí reside la herida más profunda que el paciente trae a terapia, y en muchas (muchísimas) ocasiones el diálogo cognitivo no puede acceder a esta información de forma espontánea.

Los seres humanos atendemos a un montón de estímulos al mismo tiempo. Como seres racionales que somos, creamos rápidas asociaciones entre los elementos de nuestra experiencia, tanto externa como interna. Sin embargo, como decíamos antes, no toda la información es accesible de buenas a primeras.

En terapia psicológica (y posteriormente en cualquier momento de la vida cotidiana del paciente), es fundamental estrechar el campo de conciencia y orientarse hacia dichos aspectos que tantas veces quedan inexplorados. Por supuesto, es fundamental adquirir previamente las herramientas que permitan al paciente enfrentar las emociones que guarda bajo llave, es decir, conseguir estabilizarse y ganar seguridad en sí mismo/a y en sus capacidades de afrontamiento. Las técnicas de regulación emocional aquí son fundamentales, y son una parte indispensable de todo proceso psicoterapéutico.

Esta focalización de la atención no puede darse en un sentido de ‘todo o nada’, ya que supondría una retraumatización para el paciente. Si no ha podido acceder a esa información hasta el momento, posiblemente quiere decir que esa experiencia resulta muy abrumadora o inasumible con las herramientas actuales con las que cuenta en paciente. Por eso, es fundamental, que el paciente se centre en una cantidad de información que pueda manejar sin desbordarse ni desconectarse, y poco a poco ir aumentando su ventana de tolerancia».