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La baja autoestima, el lastre que mina el potencial

En esta época que vivimos se fomenta cada vez más el rendimiento y la competitividad. La consecución de metas y el cumplir expectativas se convierte más en una necesidad que en un deseo, y en esta carrera incesante por ser ‘suficientes’, aparecen los problemas de autoestima.

Desgraciadamente, la autoestima es valor que, aunque tremendamente poderoso, también resulta muy frágil. La autoestima y el autoconcepto están muy relacionados, y podríamos decir que se construyen y desarrollan a la vez. La autoestima es el valor que nos damos a nosotros mismos, en un plano emocional, mientras que el autoconcepto es la noción que tenemos de nosotros mismos, la imagen que tenemos de nosotros.

Los primeros aprendizajes que recibimos son cruciales a la hora de formarnos una imagen de nosotros mismos. Nuestras figuras de apego nos van dando indicaciones sobre cómo somos y lo que hacemos, a veces con connotaciones positivas y otras negativas. Lo que determina que desarrollemos una buena o mala autoestima no depende necesariamente de que esas connotaciones sean siempre positivas, sino de que sean coherentes y ajustadas (sin críticas destructivas o descalificaciones) y se acompañen siempre de un aprendizaje constructivo.

Con demasiada frecuencia, nuestras figuras de apego (padres, abuelos, profesores...) no llegan a ser conscientes del impacto que pueden tener ciertas interacciones negativas en el autoconcepto de una persona, y por tanto, también en su autoestima. Normalmente estas interacciones se producen con la intención de que el niño o niña corrija algo que resulta desadaptado o molesto para sus padres u otras figuras de referencia. En muchas ocasiones los niños acaban corrigiendo, o sorteando este tipo de conductas que otros consideran incorrectas, pero también aparece un profundo sentimiento de malestar hacia sí mismos, y un gran rechazo y/o temor a cometer errores, por el castigo que les supuso llevarlos a cabo en su momento.

Cuando un niño recibe repetidamente mensajes del tipo: “eres un desastre” “nunca llegarás a nada”, “qué torpe”, “podrías haberlo hecho mejor”, “me decepcionas”... que pueden llegarle de forma directa o indirecta (en ocasiones no hace falta que exista una comunicación verbal, sino que lo que prima es lo no verbal: gestos, miradas, silencios, e incluso agresiones físicas), su autoestima sufre un grave impacto. Los niños no cuentan con las herramientas suficientes para protegerse de este tipo de agresiones repetidas, y acaban considerando que esos mensajes distorsionados que están recibiendo, son en realidad ciertos.

Tratamiento de problemas de baja autoestima. Psicólogos en Arganzuela, Madrid