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El arte de quererse a uno mismo

El arte de quererse a uno mismo

Nuestra sociedad ha aprendido que el amor y el cuidado de los demás es algo que debemos practicar y tener siempre en cuenta, sin embargo, cuando se trata de quererse a uno mismo, la cosa cambia.

El amor a uno mismo es símbolo de arrogancia, de egocentrismo, de falta de humildad y de consideración a los demás. Nos enseñan a ser autocríticos, a corregir nuestras acciones y a fustigarnos por nuestros errores. Pero la pregunta es: ¿es la autocrítica realmente útil para nosotros? Según Kristin Neff, la autora del libro «Sé amable contigo mismo», la autocrítica constante no solo no sirve para mejorar nuestras vidas, sino que además acaba por resultar destructiva para quien la utiliza como forma habitual de control de su comportamiento.

Para entender un poco mejor este problema, vamos a hablar de dos aspectos relevantes en cuanto a la autocrítica: su origen y su función. Lo primero que nos preguntamos es: ¿de dónde viene esta tendencia a juzgarnos y a valorar nuestras acciones como algo negativo? Habitualmente las personas con una autocrítica notable provienen de ambientes familiares en los que la crítica está muy instaurada, y se intenta controlar la conducta de los niños mediante mandatos y correcciones categóricas. Los niños terminan por interiorizar las críticas de sus padres y las hacen propias, asumen que lo que hacen nunca es lo suficientemente bueno, o que siempre será susceptible de corrección. Estos niños acaban por convertir las voces de sus padres en un reflejo que monitoriza sus acciones, y esto a su vez genera que nunca se sientan a gusto con su comportamiento.

Sin embargo, centrar la causalidad de un comportamiento patológico (aunque muy normalizado) como el que estamos narrando, únicamente en el estilo de crianza no parece la opción más exhaustiva, debemos abrir más el foco, ya que los estilos de crianza provienen de algún lugar. 

Dichos estilos de crianza surgen de la interiorización de un modelo de sociedad individualista en el que se valora por encima de todo los logros individuales, lo realmente importante aquí es lo que te diferencia de los demás, no lo que te hace semejante. De este modelo de sociedad surge la comparación social, y es que tenemos la necesidad de compararnos con los demás para así poder comprobar en qué facetas no estamos siendo superiores, cuando no estamos dando la talla, y así poder poner cartas en el asunto. Dado que es imposible que todo el mundo esté por encima de la media en algo al mismo tiempo, recurrimos a lo que Kristin Neff denomina «comparación social descendente», es decir, lo que hacemos es ver la conducta de los demás desde un punto de vista negativo, para así sentirnos superiores. ¿Quién no ha oído alguna vez comentarios del tipo «es un descuidado, no tiene en cuenta a los demás», «es un egocéntrico, solo le importa él»? Esta es una tendencia bastante frecuente y a menudo actúa a nivel inconsciente, que hace que nos instauremos en un aura de negatividad y de distanciamiento emocional de los demás.

Pero la pregunta es ¿cómo podemos evitar esta situación? Probablemente el primer paso sería dejar de lado los juicios y las críticas y aprender a valorarnos tal cual somos en la realidad, mostrándonos tan cercanos, cariñosos y atentos con nosotros mismos como lo haríamos con cualquier otro amigo o familiar cercano. En definitiva, se trata de trabajar la compasión hacia uno mismo.

Pero antes de entrar en posibles soluciones, vamos a hablar de la función que podría cumplir la famosa autocrítica. Como decimos, en una sociedad individualista puede ser muy difícil llegar a aceptar y valorar que todos los seres humanos tenemos dificultades, fallamos y cometemos errores. Por ello, la autocrítica se convierte en una barrera defensiva, que nos evita el sentimiento de inferioridad del que tanto hablaba Adler (2) en su obra. Se trata, en definitiva, de una conducta de sumisión, es decir, nos degradamos ante los demás para así evitar las críticas que nos puedan llegar de fuera. Son comunes los comentarios del tipo «no puedo llegar a tiempo a ninguna cita porque soy un desastre», «no voy a aprobar este examen porque no me sé concentrar» o «tengo una cara horrible hoy». Los usamos para protegernos de las críticas externas, realizándolas nosotros primero, para evitar que sean los otros los que confirmen las creencias que ya mantenemos. Por tanto, la autocrítica cumple una función defensiva, es decir, forma parte de los recursos con los que contamos para no sentirnos rechazados, para mantenernos vinculados.

Ahora bien. ¿cómo se combaten estas tendencias tan arraigadas en nuestro comportamiento? La solución que proponemos es la compasión hacia nosotros mismos, reconociéndonos como seres imperfectos pero maravillosos a la vez, llenos de dificultades, pero también de virtudes y cualidades, y que todo ello nos convierte en quienes somos. No se trata de despreciar la crítica y de apartarla para siempre, ya que es algo que, además de ser imposible (a no ser que se posea un elevado grado de narcisismo) resulta poco adaptativo porque nos impediría mejorar y aprender de nuestros errores. El camino del cambio no consiste en el alejamiento y el rechazo, sino todo lo contrario, consiste en el acercamiento y la comprensión de la crítica, solo aceptando esa parte de nosotros, comprendiendo su función y sintiendo compasión por ella, conseguiremos sustituirla poco a poco por una respuesta que sea más sana y adaptativa.

Vamos a hablar ahora sobre como practicar la compasión hacia uno mismo. Kristin Neff considera que la autocompasión comprende tres elementos fundamentales: la bondad hacia uno mismo, el reconocimiento de nuestra humanidad en común y la atención plena o mindfulness. Para alcanzar la auténtica compasión hacia nosotros mismos debemos practicar estos tres elementos y aplicarlos en nuestra vida diaria.

La bondad hacia uno mismo consiste en sustituir el maltrato y la crítica destructiva de la que estábamos hablando por una respuesta más amable y comprensiva. No solo implica dejar de castigarnos, sino que requiere un trabajo activo de autocuidado y consuelo. Consiste en abandonar la actitud estoica desde la cual nada ni nadie puede ni debe afectarnos, y reconocernos como seres imperfectos, vulnerables, y que en ocasiones necesitan ayuda. Nosotros mismos podemos proporcionarnos esa ayuda, la misma que le otorgaríamos a un amigo que esté pasando por dificultades. Cuando nos decimos a nosotros mismos: «sé que esto es difícil para ti» «entiendo por lo que estás pasando» «lo vas a superar», es decir, cuando nos ofrecemos a nosotros mismos ese consuelo que habitualmente buscamos en los demás, estamos activando nuestro sistema de apego. Este sistema libera oxitocina (la llamada hormona del amor o del vínculo), que hace que aumenten los sentimientos de seguridad, confianza, de paz, de seguridad, nos hace sentir conectados con el entorno y reduce el miedo y la ansiedad.

El segundo componente es el reconocimiento de nuestra humanidad, es decir, el reconocer que todos somos humanos, y que, por ello, estamos interconectados unos con otros. Antes hablábamos del sentimiento de desconexión que genera la búsqueda de la unicidad y la diferenciación de los demás, de lo que nos hace sentirnos mejores o superiores. Cuando nos encerramos en nosotros mismos, centrándonos en nuestras carencias, en todo aquello que los demás tienen, pero nosotros no, nos sentimos solos, aislados, como si fuésemos los únicos seres que son rechazados, torpes, menos inteligentes, menos atractivos. Precisamente de lo que no somos conscientes es que todo ese conjunto de imperfecciones es lo que nos hace humanos, porque el ser humano es por naturaleza un ser imperfecto. El hecho de reconocernos como seres imperfectos que cohabitan unos con otros, y que los otros son igualmente imperfectos, fomenta la conexión con los demás, nos hace sentir integrados, como si fuésemos parte de un todo común.

La conducta de los seres humanos no está regida por relaciones causa-efecto, sino que existen numerosos factores no controlables que influyen en nuestro comportamiento. Cuando tenemos en consideración todos estos factores y reconocemos que no podemos tener un control absoluto sobre todos nuestros pensamientos, emociones y conductas, rebajamos nuestras expectativas de perfección y reducimos la autocrítica y el desprecio hacia nosotros mismos y hacia los demás.

El último componente de la autocompasión es la atención plena o mindfulness, es decir, ser conscientes de la experiencia presente sin intentar apartar el dolor o hacer como si no existiera, pero tampoco exagerarlo o intensificarlo. En una cultura hedonista como la nuestra solemos rechazar el dolor y el sufrimiento, y más aún cuando dicho dolor proviene de lo que consideramos imperfecciones personales. Por lo general, es más sencillo aceptar el dolor cuando viene de fuera, cuando son los demás los que lo generan, que cuando proviene de interior de uno mismo, por la visión incongruente que tenemos de nosotros mismos con respecto a nuestro ideal, que no podemos alcanzar. Por eso muchas personas acaban cerrándose a sus emociones, para evitar el sufrimiento que conlleva el vernos como seres imperfectos. Este bloqueo emocional puede generar reacciones descompensadas y exageradas. Pongamos por ejemplo a una chica que se ve a sí misma como socialmente incompetente. Si esta chica tiene una cita con una potencial pareja a la que ha conocido recientemente, además de sentirse nerviosa, desencadenará una cadena de pensamientos que contribuyen a incrementar enormemente su nerviosismo, del tipo «Seguro que voy hecha un cuadro» «No voy a saber de qué hablar, va a pensar que soy una aburrida» «Voy a tartamudear y voy a hacer el ridículo». Estos pensamientos alejan a la protagonista de la historia del momento presente, dejándose llevar por escenarios hipotéticos que no han ocurrido, e incrementan la sensación de malestar y autodesprecio, lo que en última instancia provoca que se comporte de la manera que tanto está temiendo (la llamada profecía autocumplida).

En definitiva, la compasión hacia uno mismo requiere un trabajo consciente y diario, con ejercicios prácticos que se aprenden en Somos Psicoterapia», y que requieren constancia y dedicación, ya que solo así podremos alejarnos de la crítica destructiva que condiciona nuestro comportamiento y romper los patrones que rigen nuestros pensamientos y emociones y que, a la postre, merman nuestra calidad de vida.

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